Cambiar los plásticos que desde hace años consumimos por materiales de base biológica, o bioplásticos, es algo complejo. Pero, por más problemas sistémicos que su gestión pone al descubierto, no podemos ignorar la cantidad de beneficios a largo plazo que nos supondrá cambiar productos derivados del petróleo por otros de origen vegetal. 

La caña de azúcar y el maíz son materias primas populares, pero su frecuente dependencia de los fertilizantes sintéticos, el uso de la tierra cultivable para cultivos no alimentarios y la propensión al monocultivo no siempre hacen que los materiales de base biológica sean la opción más ecológica. Es por esto que un número creciente de científicos y fabricantes de materiales se están pasando de la tierra al mar en busca de materias primas más sostenibles.

Las algas tienen un alto rendimiento y cortos tiempos de cultivo, además de la posibilidad de retener dióxido de carbono en el proceso. Si bien las algas han recibido nuestra atención por su potencial para desplazar a los combustibles fósiles como fuente de energía, sus aplicaciones en el envasado y otros productos no están más que empezando a cobrar impulso para ofrecernos una alternativa mucho más sostenible.